Y me dejarás, desnuda, de tu pie, la huella impresa, en la arena blanca de esa playa inhóspita y solitaria, a donde me arrastre el naufragio. Y exhausto; aun tendido en la rompiente, donde las olas mueren, explotan, susurran, braman, se deshacen en espuma, besando, rugiendo, confundidas de placer; me embobaré cautivo en el recuerdo de tu paso. Y sabré, que alguna vez estuviste aquí. Y no me sentiré tan perdido. Tan vacío. Tan solo. Pues la tierra sabrá a ti. Y la brisa traerá tu perfume. Puede que el destino me alcance una botella sellada, brindando en su interior tus poemas. O que me los recuerde el viento, cuando me azote, me envuelva o me atrape. O el trino inocente de un pajarillo errante vestido en mil colores. Al son de una guitarra española. El agua muerde la roca, y no por dura, no la erosiona y la acaba. Tu presencia, en cambio, sutil y etérea, permanece. Te escribes...
Y me dejarás, desnuda, de tu pie, la huella impresa, en la arena blanca de esa playa inhóspita y solitaria, a donde me arrastre el naufragio. Y exhausto; aun tendido en la rompiente, donde las olas mueren, explotan, susurran, braman, se deshacen en espuma, besando, rugiendo, confundidas de placer; me embobaré cautivo en el recuerdo de tu paso. Y sabré, que alguna vez estuviste aquí. Y no me sentiré tan perdido. Tan vacío. Tan solo. Pues la tierra sabrá a ti. Y la brisa traerá tu perfume. Puede que el destino me alcance una botella sellada, brindando en su interior tus poemas. O que me los recuerde el viento, cuando me azote, me envuelva o me atrape. O el trino inocente de un pajarillo errante vestido en mil colores. Al son de una guitarra española. El agua muerde la roca, y no por dura, no la erosiona y la acaba. Tu presencia, en cambio, sutil y etérea, permanece. Te escribes...
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