Una locura volando, exaltada,
estrellándose contra un alma, apasionada,
un abrigo bien grueso,
para su corazón congelado,
gafas oscuras para no ver nada,
una mentira disfrazada,
sacudió el polvo de sus alas,
colgó pilas nuevas a su espalda,
y la coloco en un cuento de hadas,
de esos, de los que de verdad, no hay nada,
y apareció su príncipe azulado,
esperándola sentado,
rubio y perfecto,
etéreo y eterno,
con su flamante etiqueta en el pecho,
que decía:
caduco la tarde de sol de un frío invierno.
(Las princesas también se cansan de tanto cuento.)(...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario