Y llegó el día
en el que aprendió
a levantarse sin ayuda,curar sola
todas sus heridas,
pintó de colores su sendero,
dibujó un rincón nuevo,
con grandes ventanas
a un jardín repleto
al inmenso del cielo,
armarios llenos de recuerdos,
espejos que la desafiaban
mirándose sonriendo,
aún con la boca tapada...
Y obrose el milagro. Y volvió. Volvió el verano de su versos. Aunque fuera invierno. Y trepando airosa por el muro de la vida, volviste, Malvaloca, a florecer. Coloreada. Poderosa. Sencilla. Radiante. Alegrando la vista de aquellos que vagan sin rumbo. De los sedientos de poesía, que no tiene sino tu blog y las pulsiones de tu yo: tus sentimientos, tus sueños, tu risa, tu dolor; para recordar lo que es estar vivo, y no acabarse y disolverse en la nada. Tu obra eres Tú. Que eres más grande de lo que crees. De lo que te atreves a ver, cuando tus ojos cruzan las espadas con tus ojos, en el espejo. Tu eres ese "rincón" siempre nuevo, "con grandes ventanas", abierto a la luz, "repleto al inmenso del cielo". Como el sol, no preguntas a quien reconfortas e iluminas. A quien alientas. Simplemente sucedes. Como el gorjeo de la fuente. El trino de los pájaros. O el arrullo del mar. Brillas. Estas ahí. Brindando belleza, ilusión, descanso, consuelo. Esperanza. Sin darte cuenta quizás de lo mucho que das y lo mucho que vales. De como tu yo, con ese lápiz, cambia el mundo. Mudando su frío y tinieblas, en color. Gracias por no apagarte. Por volver a herir de muerte el silencio con tu voz. Por esas palabras que vistes en sentimiento al desnudarte. Al escribirte. Al plasmarte. Al hacerte eterna.
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